Gracias


-¿Cómo se forman las palabras, Profesor?-
-Todas se crean en nuestra cabeza, nacen en nuestro cerebro para luego pasar a nuestra boca e ir cogiendo forma. Con ellas en la punta de la lengua no es suficiente, deben acompañarse de gestos que la complemente y posteriormente impregnarlas de nuestros sentimientos para perfeccionarlas y así acabar en el aire y dividirse para entrar en los oídos que puedan y quieran escucharlas e interpretarlas provocando en ellos diferentes sensaciones-
El joven se movía nervioso en su asiento. Entendía perfectamente la construcción de las palabras pero sabía que para él no sería fácil.
-Creo que podría intentarlo-
-Claro que puedes y lo harás, pero no estés nervioso, hazlo con tranquilidad-dijo el profesor.
Santiago movía sus ojos hacia arriba buscando en su cabeza las letras adecuadas para formar la palabra que quería transmitir. Su mandíbula se retorcía para dar sentido al aire procedente de sus pulmones. La torpeza con la que su lengua buscaba la posición adecuada en su boca lo dejaba sin respiración dándole un color rojo intenso a su rostro. Su cuerpo estaba tenso, rígido, preparado para lanzar el viento vibrante que subía por sus cuerdas vocales. Ya tenía la palabra en la punta de la lengua, como su profesor le dijo y la soltó desbocadamente al espacio existente en la habitación en la que ambos se encontraban. El sonido fue ensordecedor pero carente de sentido y lógica. Tal vez un lobo podría interpretar lo que el joven quería decir con ese aullido. Exhausto se recostó sobre la silla e inhaló aire de forma apresurada cómo quien estuvo minutos sin respiración bajo el agua. El animó del chico después de ese primer intentó decayó, sentía que era imposible para él articular palabra alguna.
-Buen intento Santiago. No te desesperes que la próxima vez te saldrá mejor. Es cuestión de práctica-
El joven volvió a coger el papel que tenía sobre su mesa y escribió:
-Creo que me va a costar más de lo que pensaba. He puesto todas mis ganas y solo me ha salido un horroroso bramido sin significado alguno. Puede ser que nunca lo consiga-
Tras mucho tiempo de aprendizaje y horas de prácticas, el habla del joven no mejoraba. Era casi imposible entender lo que salía de su boca. Su profesor estaba empezando a comprender que tal vez no podría hacerlo nunca, que no podría expulsar una palabra que tuviese significado alguno. Su paciencia e ímpetu como mentor estaba al filo de desaparecer. No solo perdía el joven Santiago sino también él por su falta de habilidad para la docencia. Tenía que comunicarle al joven lo que pensaba aunque fuese duro para él. No debía engañarlo y darle falsas esperanza. Iba a ser imposible que volviese a hablar.
-Santiago lo siento, pero…
El chico interrumpió a su profesor y escribió;
-Lo sé, no es necesario que siga-
Santiago era consciente de que el accidente acabó para siempre con su capacidad para hablar. Lo supo desde el mismo instante que aquel trozo de cristal roto procedente de la ventanilla de su coche se clavó en su garganta. Por supuesto lloró y quiso quitarse la vida en varias ocasiones. No poder expresar lo que sentía se hacía un hándicap casi insuperable. Sin embargo su profesor le dio una segunda opción, una opción prácticamente nueva para él.
-Santiago, ¿Qué te parecería que reflejaras lo que sientes en un papel en blanco?-
-Yo no sé escribir. Solo en la escuela lo he hecho con los dictados que proponía el maestro y poco más-
-Pues es lo mismo. ¿Por qué no escribes lo que te dicta tu corazón?-
Así que escribió. Sustituyó los sonidos en el aire por las palabras impresas en una hoja. El papel en blanco era ahora su voz y la pluma la lengua que le daba forma. La movía con una soltura pasmosa. Solo tenía que sujetarla entre sus dedos para que ésta bailase al ritmo de su corazón. Sus trazos eran alargados casi formando oleajes de letras, símbolos y acentos que desembocaban en una orilla de sentimientos enterrados. Su mente dictaba la oración y su pluma solo tenía que plasmarla. Lo hacía a la misma velocidad en la que su cerebro era capaz de pensar. El ímpetu de sus manos no quitaba coherencia a sus palabras. En ocasiones el papel no aguantaba la intensidad de su verbo, de sus términos cargados de pasión, terror y desesperación rompiéndose y obligándolo a empezar de nuevo, una y otra vez, sin descanso. Solo existía él y su universo. Un universo que giraba a su alrededor, que lo cubría y lo envolvía en una espiral sin fin. La oscuridad era el comienzo de todo. Luego iban apareciendo en escena las letras lustrosas, vocales y consonantes que rotaban en su cabeza y que con un movimiento de ojos seleccionaba a su antojo. La formación de palabras era divina, perfecta para expresar en cada momento su sentir. La alegría reinante en sus textos hacía llorar de emoción a todo el que lo leía. Ya no era tristeza lo que reflejaba sino una enorme felicidad por haber encontrado una vía de escape para su problema. Escribió tanto que era imposible leerlo todo. En pocos años consiguió crear una biblioteca repleta de relatos cada uno de ellos impregnado de sus pensamientos, de su estado de ánimo.
-Es increíble Santiago. Me va a ser imposible leer todo lo que has escrito. Seguramente la muerte me lleve antes de poder hacerlo-
Santiago cogió un papel y escribió:
-Es cierto, pero me conformo con que la muerte espere hasta que leas este-
Santiago cogió un libro, de un volumen considerable,  que tenía justo en la mesa central de su biblioteca y se lo ofreció a su profesor.
-¿Es para mí?
-Sí, hasta que te lo termines-escribió
El profesor lo ojeó por encima y vio que le faltaba algo, que estaba incompleto.
-¿Por qué no le has puesto título? Todo libro debe tenerlo-
Santiago volvió a escribir;
-Si tiene, espera…
Santiago se levantó de la silla donde se sentaba y se colocó frente a su profesor. Cerró los ojos y se concentró. Empezó a abrir su boca lentamente y de ella fue saliendo un sonido leve, prácticamente un susurro y acercando su mano derecha al corazón pronunció una palabra:
-GRACIAS-
El profesor no parpadeaba, estaba inmóvil en su silla y poco a poco su boca se fue abriendo de asombro.
-Pero ¿Cómo lo has hecho? ¿Puedes hablar?-
Santiago escribió:
-Es la única palabra que después de tantos años de práctica he conseguido perfeccionar. Te la guardaba para ti y para darle título a este libro. Es mi manera de agradecerte que me mostraras el maravilloso mundo de la escritura, sin el cual yo no estaría aquí-



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