Ya duele frío en la noche y caliente a la luz del día. Cada instante endurece mis sentidos, ya solo soy capaz de oír tus latidos, nada fuera de mis pensamientos llama a mi puerta, ya solo tú me importas. Que duro se me hace mantenerte muerto, inerte, y que fácil es para ti absorber mi energía y revivir a cada puñalada de mi consciencia. Tu intensidad crece a cada momento en la soledad, en el aburrimiento. En mi almohada duermes eterno sobreviviendo a mis intentos inocuos para olvidarte. Eres punzante, incisivo y ni si quiera puedo recordar quien te creó, quien te abandonó en mis oídos para hacerme sentir débil, humano, solo ante tu superioridad.
Acabaré por liberarte
en otro guardián y te compartiré para reducir mi sufrimiento, pero antes debo curarme
por completo, debo reflexionar sobre tu esencia, sobre cuándo llegaste a mí y
porqué. No soy de los que escuchan y ni mucho menos de los que oyen. No tengo
porque aguantar tu peso sobre mi conciencia. No eres mío, ya no eres de nadie.
Tu dueño te dejó libre. Así que pronto intentaré desatarte de mis recuerdos,
pronto maduraré cada parte, cada pieza tuya y te compondré como eres, tal cómo entraste en mi vida y exactamente así
te regalaré a oídos más fuertes que los míos. Después de eso, después de apagar
tu fuego en mi interior, quedarán tus rescoldos que los años se encargarán de
sofocar.
Siento no haber podido protegerte, custodiarte durante más
tiempo, pero ¿Por qué he de guardarte si no eres mío? ¿Por qué he de padecerte
si no pedí tu compañía dolorosa?
Cuando algún día seas desvelado, ya nada importará, dejaras
de existir, morirás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario