Desde el día que llegué a esa casa
fui empapándome de recuerdos y de muchas historias sordas y sentidas.
No olvidaré cuando llegué por
primera vez a la vida. La oscuridad que lo inundaba todo desapareció y se abrió
paso la luz. Una luz intensa que, poco a poco, fui averiguando que era la luz
de la mañana.
Sentí pánico por los movimientos
iniciales, que aunque suaves y cuidadosos eran bastante mareantes. Subidas
vertiginosas y bajadas que por fin
acabaron conmigo en las alturas. El vértigo que experimenté al estar varios
metros de distancia del suelo era insoportable hasta que me acostumbre a él.
Las imágenes iniciales fueron
impactantes .No sabía que era eso que veía. Seres enormes y extraños que tenían el poder de
empequeñecerse y agrandarse por quien sabe que magia oscura. Objetos que como
yo permanecían inmóviles. Unos se apoyaban en el suelo, mientras que otros se
situaban en las alturas manteniendo el equilibrio. Nunca olvidaré aquella
circunferencia con agujas metálicas y unos símbolos a su alrededor. Me acompañó
durante toda mi vida en ese hogar. Era de los más queridos por los seres
mágicos que vivían allí. Varias veces al día
lo miraban, una mirada fugaz pero intensa.
Pero, sobre todo, envidie a aquel
aparato que se apoyaba sobre otro objeto y hacia que este soportara su peso. Lo
envidié por que los seres mágicos todos los días lo contemplaban.
Intercambiaban miradas por imágenes coloridas que los hipnotizaban de tal manera que permanecían
imperturbables e inmóviles durante horas, pero la verdad que nunca me pude
quejar.
Me colocaron en un lugar
privilegiado, en la pared, en mi pared. Desde allí era capaz de observar y
contemplarlo todo. Además en varios
momentos del día me prestaban mucha atención. Uno de ellos me miraba durante
minutos e incluso horas mientras ponía en práctica sus artes oscuras. Era capaz
de transformar sus rostros de cambiarlo de color hasta llegar a rejuvenecerse.
Cambiaba de pieles constantemente. A veces eran pieles gruesas y oscuras, otras
ligeras y coloridas. El otro ser en ocasiones se llevaba jornadas con la misma
piel aburrida y me miraba de una manera vehemente pero breve.
Lo que más me impactaba eran las
reuniones que realizaban. Muchos seres mágicos, unos más pequeños otros más
grandes, formando una manada de ejemplares sonrientes que parecían felices.
Alguno de ellos eran hermosos otros dolía cuando me miraban.
Tuve la suerte de contemplar el
amor y el desamor. De ver como en ocasiones se acercaban el uno al otro y se
entrelazaban casi convirtiéndose en un solo ser. Vi como en otros momentos ni
se miraban y parecían ignorarse, e incluso observe los momentos más duros de discusiones
y aspavientos que terminaban con lloros desconsolados de uno de ellos que me
regalaba acercándose a mí mientras los limpiaba suavemente. Luego una y otra
vez se repetía ese ritual mágico.
Sus costumbres con el paso del
tiempo cambiaron. Ya no eran tan extraordinarios y su magia para rejuvenecer ya
no les funcionaba. Me miraban cada vez menos pero yo los veía cada vez más.
Me acostumbré tanto a ellos que los
llegue a amar. Las horas en la oscuridad se me hacían interminables deseando
que volviese la luz de la mañana para volver a verlos. Para volver a contemplar
impasible por fuera pero intranquilo por dentro sus caricias y lamentos.
Una noche se volvió oscura para
siempre. No era la oscuridad de la noche velada, en la que podía agudizando mis
sentidos divisar la estancia y los
objetos imperturbables que me acompañaban, era una oscuridad profunda, una
oscuridad negra como el tizón, una oscuridad eterna.
Nunca regrese de allí, nunca más
abracé la luz resplandeciente del alba. Me dejaron sin la posibilidad de
decirles cuanto los quería y cuanto me gustaba observarlos. Me abandonaron sin
saber que llevo impregnado en mi cristal, todo un álbum de reflejos
inolvidables.
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