Cada noche es igual. Todas las noches me visita. Lo siento
cerca, observándome, vigilando mi descanso. No abro los ojos, me da miedo ver
lo que está ahí. No sé si viene a hacerme daño o a protegerme, pero quiero que
se vaya, que no vuelva nunca más. Esa madrugada fue distinta a las demás.
Apareció de repente y su presencia me despertaba cómo siempre. Sé que estaba
ahí por el frio y los temblores que provocaba en mi cuerpo. Por su respiración
contenida, por cómo el aire salía de sus pulmones gritando de dolor por su
encierro. El pánico que sentí esa vez fue mayor. Se acercaba a mí lentamente
sin ruidos de pasos, tal vez por que flotaba sobre el suelo, y solo fui capaz
de saberlo porque la frialdad aumentaba en varios grados. Mi mente vociferaba
en mis oídos para que levantase los parpados pero mi alma no. Mi alma me
suplicaba para que los mantuviese inmóviles.
Me susurraba que no me gustaría nada contemplarlo, que sería peor
advertir su figura. ¿Qué podría ser eso que me daba tanto terror sin ni
siquiera verlo? A los pocos segundos la incertidumbre pudo con mi mente y
levante lentamente mi mirada. Solo tardé un segundo en volver a meterme bajo la
manta. Era una sombra enorme, sin rostro, sin forma, y con dos ojos blancos que
me penetraban. En ese momento supe que no venía a socorrerme, a salvarme de
nada, estaba ahí mirándome fijamente, intentando escrutar mi interior y
acercándose más y más. Note como su fuerza arrastraba mi manta hacia abajo,
destapando mi inocencia y dejando al descubierto mi fragilidad. Volví a abrir
los ojos pero ya no estaba, se había marchado sin hacer ruido. En ese momento
fui feliz, ya no regresaría hasta la próxima noche. Así que me relajé y giré mi
cuerpo hacia el otro lado de la cama. ¡Dios santo! Quise gritar pero su esencia
poderosa cosió mis labios, solo se escapaba un aire mudo procedente de mi
nariz, un aire inútil para asustarlo. La fuerza de esa sombra me atrapó, me
envolvió y empecé a sentir cosas nuevas. Dolor, mucho dolor. Un intenso dolor
que subía por mis muslos hasta alcanzar mi corazón y ahí se quedaba
amartillándolo y haciéndolo añicos. Seguía sin poder emitir palabra alguna, ni
un mísero susurro y ni mucho menos un aullido que lo espantase. El frio glaciar
que notaba con su presencia desapareció para tornar a un calor abrasante, un
calor infernal. Sin duda alguna era un ser diabólico que venía para mostrarme
su mundo y arrastrarme a él sin una posible salvación. Después de caminar entre
brasas y conocer cada parte, cada rincón con olor azufre y mantenerme allí
durante largos minutos, se levantó y se dirigió a la puerta dejándome ésta vez tiritando de frío en la cama y con mi castidad envuelta en
llamas.
-Vete y no vuelvas nunca más- grité
-Shhhh! no grites. Duérmete hija y recuerda es nuestro secreto. Te quiero pequeña-
-Vete y no vuelvas nunca más- grité
-Shhhh! no grites. Duérmete hija y recuerda es nuestro secreto. Te quiero pequeña-
No hay comentarios:
Publicar un comentario